Carta encontrada en la estación
"He jurado
irme y olvidar, soy el último habitante de este pueblo y ya me voy, pero quiero
que quien tenga en su mano esta carta -que he escrito con verdadera
desesperación- sepa algo de este final previsible. Pasaron todas las
calamidades posibles. Primero fue el cierre del ferrocarril, allí se fueron las
familias de los ferroviarios, un poco antes de fugo nuestro jefe de estación
con rumbo desconocido, dejó un cartel escrito con tiza en el pizarrón donde se
anunciaban las novedades del día "Volveré cuando vuelva a sonar la campana"
tuvo un gesto más para que pudieramos ironizar con su ausencia: colocó un
espantapájaros con su uniforme de gala sujetando la campana de bronce que uso
por años para despedir a cada tren.
Más tarde
alternaron sequías e inundaciones, hasta que algunos campos quedaron en lagunas
que solo sirven para pescar o cazar patos.
Unos años
antes, -me olvido de lo fundamental- instalaron una repetidora de televisión y
a partir de allí la gente empezó a encerrarse. Las mujeres a la hora de la
siesta veían novelas y los hombres a la noche se reunían a ver los programas de
Tinelli. Sin trabajo y con televisión la vida del pueblo fue cambiando
paulatinamente, la gente seguía partiendo, en especial los jóvenes. Los viejos
se morían y con ellos su saber ante la subsistencia. Al año pasado mi mujer y
yo éramos los últimos habitantes del pueblo, pero ella ya no hablaba de nada,
la tristeza del pueblo la llevo a encerrarse con las novelas que le iban
llegando, y fueron años de novelas y soledad creciente: Antonella, Sodero de mi
vida, Poliladro, La Elegida, Franco Buenaventura, Gasoleros, Luna Salvaje, Soy
Gitano, Culpable de este amor....
Hace unos meses
se rompió el televisor y mi mujer quedo de pronto con las pupilas muertas, tan
inerte como la mirada del Espantapájaros que en el andén ocupa el lugar del
Jefe de Estación. Así que un día, al retornar de peonar en la estancia grande
me encontré con una carta de Rita "Hace mucho que sueño con Juan Darthes.
Hoy partiré a buscarlo en Buenos Aires. Perdoname".
Me parece
imaginar el verla irse con una pequeña valija de mano, caminando varios kilómetros
hasta la ruta y de allí a dedo hasta el primer pueblo, luego no puedo imaginar
más. Disculpe usted que ha venido hasta esta lejanía buscando entender el final
de este pueblo y se encuentra con esta historia dolorosamente intrascendente.
Sinceramente,
Javier Ortiz.
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