La vaporera se detiene.
Faltan –a la vista de quien baje a verlo con sus propios ojos- las
vías y los durmientes. El maquinista con las antiparras levantadas y el rostro
tiznado de hollín conversa con el guarda que lleva su impecable chaqueta color
beige y la gorra con visera, conversan y piensan. El guarda habla con el
capataz de obra.
Se ríe por la respuesta.
-Dice que sigamos, que él va a poner vías imposibles de remover.
El maquinista se conmueve, esta aturdido por lo que escucha desde
la voz del guarda:
-Dice Don Nicolás que no tengamos miedo, que sigamos sin temer un
descarrilamiento, que el pondrá rieles de letras, durmientes de palabras que
echarán raíces de acero en los terraplenes. Que hará balasto con vocales duras
como piedras.
El maquinista y el guarda se cruzan una breve sonrisa, aceptan la
irrealidad absoluta de la situación, van a seguir como debe seguir la vida
misma.
El hombre vuelve a subir pero esta vez en un primer vagón casi
desierto de pasajeros. Se sienta, se promete quedarse allí hasta llegar a la
estación destino.
Del afuera solo puede ver nubes de vapor que se disipan contra el
celeste cielo y un sol tibio que anuncia primaveras.
Un grupo de golondrinas tempranas planea como descansando en el
aire.
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