Contaba mi abuela que en su pueblo natal a orillas del río D'Orba el hombre lobo era fácilmente ubicable. Llevaba atada de una de sus patas traseras a la luna llena. Por eso su andar era torpe y siempre estaba delatado por la luminosidad. Como quien camina seguido por la luz de un farol sobre su cabeza. Los hombres del pueblo no querían cazarlo porque era demasiado sencillo. Además seguramente era un buen vecino que saltaba de su cama para cumplir un designio tan repetido como la neurosis, claro que mi abuela no decía neurosis. Decía que llovería la misma repetida maldición sobre aquel que matara a un vecino que tenía la desgracia de tirar de la luna vestido de lobo.