*Por Urbano Powell.
Así estaba el
hombre.
Y esto que no
es decir nada daba a entender que en su vida casi todo hacia agua. Se le
escapaba la belleza de los días como en un colador.
¿Y que le
quedaba en el colador? Sólo los restos pensantes de alguien que no podía
percibir la felicidad. ni buscarla
consecuentemente.
Ya no le
preocupaba la soledad pequeña de noches vacías de abrazos. De despertares con la
boca besando la piel de la almohada. No era la penuria de sentido a la luz del
día, cuando su vida se escurría en rutinas auto-administradas para no caer en la
percepción del vacío. No era la soledad pequeña entonces. No era eso sino la
enorme soledad del desamparo la que lo atormentaba por debajo de cada paso que
daba. Sentía que el suelo, lo más material y evidentemente sólido que se nos
brinda en la ciudad ya no era seguro para él. Sentía ciénagas. Arenas movedizas
donde los demás seres pisaban veredas y calles. Sólidas,
evidentes.
Ese hombre
leía. Leía hasta que una frase lo fulminaba y lo obligaba a cerrar el libro y
transitar varios días con ella circulando en los laberintos de su mente, que por
costumbre, no conducían a ninguna salida. Pasó con: "es tan corto el amor y tan
largo el olvido" del poema de Neruda.
Volvió a
suceder con "Una gota de humana ternura" leída en "la octava maravilla" un libro
de Vlady Kociancich.
Que de
inmediato lo llevo a la última frase que le dejo escrita su ex mujer arriba de
la mesa de la cocina: -"Adiós y que sueñes que eres
feliz".
De esto
habían pasado meses y el sentía que podía estar años así, sin olvidar ni hacer
nada concreto para buscar al menos un ratito de cariño bien
dado.
Entre
lágrimas se vio como un mendigo de amor buscando alimentarse de sonrisas que
recibía tras decir algún piropo ingenuo a las
mujeres.
Y además el
encierro. Ese temor desmedido a alterar sus pocas
rutinas.
Quería y
necesitaba de algo que le diera aire a su vida.
Pero no
lograba superar la etapa del diagnostico.
Hasta que
logro asumir que lo suyo era ser un “enamorado del aire”. Busco vivir de amor en
amor etéreo.
Esa imagen
-aun ilusoria- le ilumino el día, ahora debía seguir adelante iluminando día
tras día su vida con sonrisas e ilusiones
intangibles.
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