Dormido y soñante. Con esos sueños habituales que últimamente se parecen
tanto a mis desencuentros con lo real. Desperté cuando la bella azafata
pelirroja decía Une Station Saturne, Station Saturn,
Stationieren sie Saturn. Entendí que en 10 minutos se llegaba a la
estación. Me había dormido siguiendo sus desplazamientos de ida y vuelta por el
pasillo. Su presencia fue como un hada que me llevó a aceptar el sueño y la
repetición de alguna pesadilla para luego despertarme con la sensación de que
se parece demasiado al presente.
Como dijo una vez Rosa Montero: En algún momento del viaje
este se convierte en una pesadilla. Es tan evidente la metáfora del
viaje con la vida misma.
En eso pensaba. Hasta que vi a Julián parado en el pasillo,
haciendo payasadas como siempre entre un grupo de mujeres y hombres bullicioso
y jodón como una estudiantina pero ya grandes en edad. Julián repartía algo
casi invisible entre sus dedos a cada uno de sus compañeros que se levantaba
con bolsos. No pude resistir la tentación de ir a saludarlo.
Con sus anteojos culo de botella, idéntico antes del tiempo pero
con canas. Desde nuestra remota juventud se dedicó al teatro vocacional.
Me confirmó lo que acababa de descubrir: viajaban con su grupo de
teatro para brindar en Saturno dos funciones seguidas el sábado y el domingo.
No resistí demasiado, le pregunte a la azafata si podía descender y
continuar el viaje con el mismo pasaje en trenes siguientes. Respondió que si,
que era una política de los ferrocarriles económicos de fomento que se pudiera
descender en una estación, conocer y volver a subir al próximo tren. El amigo
casi no me da tiempo de volver al asiento para llevarme el pequeño bolso que
llevo colgado del hombro.
Al bajar había una recepción oficial con banda de música y
discursos incluidos. Solo alcanzamos a decirnos con Julián que los hijos están
bien crecidos cuando nos vimos inmersos en apretones de manos, presentaciones y
palabras de bienvenida. Sólo retuve dos nombres entre los presentes: Hércules,
jefe de estación y el Ingeniero Orlando Williams como autoridad del ferrocarril
de fomento.
Leí un cartel de publicidad que colgaba bajo el andén:
¿Dolor de cabeza?
Venga del aire o del sol
Del vino o de la cerveza.
Cualquier dolor de cabeza
se corta con un geniol.
30 centavos.
-Este pueblo atrasa por lo menos 50 años debí decir pero el asombro
confluyó en silencio.
Hablaba para los presentes el ingeniero Williams, era el discurso
de un anciano enérgico de no menos de 75 años.
Defendía al ferrocarril con orgullo. Con una pasión inaudita, como
lo haría cada uno de los ferroviarios que no conoció los efectos del Plan
Larkin ni la destrucción sistemática del tren que siguió de allí en más.
Miré al público del pueblo y solo vi ancianos. El grupo de Teatro
de Julián y yo éramos los mas jóvenes
-¿Este es un pueblo de jubilados? -le dije a Julián.
-Algo así, después te cuento bien. - Contestó con tono enigmático.
No nos dejaron ir de la estación hasta que sirvieron una picada con
variedades de salamines y quesos y se
hizo un brindis con vino tinto.
Cuando terminaba la recepción le pedí a Julián de ir caminando para
hablar, quizás ver algo del pueblo.
-Dale, el teatro de la sociedad italiana queda a cuatro cuadras
pero caminamos unas cuadras más, no te entusiasmes en ver demasiado, el pueblo
tiene 10 manzanas de este lado de la vía y algo menos del otro lado.
Casi enfrente de la estación se observa un edificio imponente al
que se le están haciendo refacciones.
-Es la universidad...
El cartel que leo en el frente no deja lugar a dudas:
"Universidad del viento de Saturno"
y abajo tres leyendas que supongo traducciones:
-UN DIEU LES ALLAITE (ÉLÈVE) ET LE VENT LES ENTASSE.
-GOD RAISES
THEM AND THE WIND ACCUMULATES THEM.
-GOTT DIE ZUCHT
UND DER WIND BELÄDT SIE.
-Es una universidad abierta donde puede estudiar quien quiera sin requisitos de estudios cursados ni limite de edad. -Explica Julián.
-Bueno, ahora explícame porque en este pueblo toda la gente que
pude ver es anciana...
Lo voy a intentar -dice Julián- toma aire como si la cuestión fuese compleja
de entender para una persona común.
-¿Viste al Ingeniero Williams?
-Si, un anciano de una energía y convicción envidiable.
-Pues él es el autor de la ley de ferrocarriles agrícolas y
económicos de la provincia.
-Me estás jodiendo.
-No, es el mismo.
¿Pero cuantos años tiene?
-El 29 de agosto cumplió 136 años.
-No puede ser. Ese hombre no tiene 80 años.
-¿Oíste hablar de Vilcabamba en Ecuador?
-Si, una zona de pocas que hay en el mundo dónde la gente vive más
de 100 años.
-Bueno, en Saturno la gente no envejece.
-Pero si son todos viejos!!!
-Así llegaron amigo, llegaron viejos y así están: viejos y
saludables.
-¿Cuales son las dos instituciones más importantes del pueblo para
las que ofreceremos la obra?
-Ya no me animo a imaginar nada más. -le dije resignado a cualquier
relato extraordinario.
-Un geriátrico y un hospicio psiquiátrico.
-Tiene alguna lógica, la gente no envejece, pero tampoco rejuvenece
como Brad Pitt en la película.
-Exacto.
-Y que obra van a representar. -pregunto adrede para recibir alguna
respuesta aceptable para mi racionalidad.
-Una versión muy libre de Saverio el cruel.
Llegamos al cine teatro de la sociedad italiana. El amigo se va a
unir al grupo y la obra empieza casi de inmediato, actúan con las mismas ropas
con las que llegaron.
Los que organizan son los internos del psiquiátrico. Venden las
entradas, lo llevan a uno al asiento numerado. Te dicen algún piropo: -Usted es
tan lindo como mi nieto Agustín que vive en la capital.
-No quiero sacar cuentas, tengo 51 años, esa será la edad de su
nieto?
Me sientan al lado de un viejito italiano, que enseguida empieza a
hablarme, habla en un cocoliche, pero le entiendo que es nacido en un pueblo
del Piamonte. Y que puedo llamarlo Don Alberto.
-¿De donde viene...? - pregunta.
-De Lomas de Zamora.
-Bello pueblo, bello, yo he visto cantar a Gardel y a Corsini en el
Teatro Coliseo.
-Pero usted era muy pequeño en aquella época me atreví a decir
temerariamente con una lógica que ya no era aplicable en Saturno.
-No crea, era un joven de más de 20 años que trabajaba de
maquinista en el Ferrocarril Sud. Aquella noche había ido con mi finada esposa
Ornella. Cuando llegamos no había más entradas. Una multitud se quedo afuera e io también. La gente pedía a Gardel, y Gardel salió al
balcón a cantar para nosotros, los desafortunados que nos habíamos quedado
afuera.
Empieza la obra, hacemos silencio. Sigo rumiando un desconcierto
que no para de crecer, pues no encuentro elementos para desmentir lo que sucede
ante mis ojos.
El amigo es el mantequero de Arlt y toca timbre. Lo esperan un
grupo de jóvenes aburridos que quieren divertirse con él. Una anciana -presumo
que es una enferma del psiquiátrico- se levanta y comienza a cantar en
italiano. Puede que cante en dialecto pues no se le entiende nada. El amigo la
va a buscar y la sube al escenario. Ella canta una y otra vez la canción, que
parece una canción infantil.
Sólo comprendo al estribillo:
¡Io sono Pinocchioooo!
La obra prosigue, es una versión más que libre de Saverio el cruel. Julián es el mantequero que no es ungido
Coronel, sino Fiscal.
Es un fiscal que se preocupa por pequeños hechos de corrupción. Se
ha puesto una peluca con la que parece Lennon y no un calvo común de los que
abundan en la justicia. La acusada es cajera de supermercado. La culpan de
haberse quedado con 25 centavos.
Se para otra anciana ¿paciente del psiquiátrico? e interrumpe:
-No la castigue señor Psiquiatra. Ella no tiene nada que ver. Acá
esta la moneda que le faltó.
(Y levanta el brazo y el foco de luz la muestra a ella con su
moneda sostenida entre el pulgar y el índice).
-Estaba en el piso del comedor esta mañana, yo la encontré, ella es
inocente!!, la voy a devolver ahora mismo.
-El amigo reacciona y la va a buscar, a ella y su moneda que prueba
la inocencia de la acusada.
La moneda entra en la escena. La obra que se improvisa con cada
interrupción del público intenta retomar algo de la original: el mantequero que
mi amigo convirtió en fiscal esta por descubrir la trama del engaño.
Ahí comienza a cantar otro anciano:
¡caprichoso garibaldino trulalaaaa!
No lo puedo creer. Es el pedacito de canción que mi padre cantaba
cuando aludía a mi tozudez.
En el escenario, el amigo y su grupo teatral decidieron que esa
canción era el mejor cierre posible para su obra. Subieron al pequeño anciano.
Cantaron todos mientras el público aplaudía. Fue demasiado el sacudón emocional
para mí. Me levanté con un apuro injustificado sin antes dejar de estrecharle
la mano a Don Alberto. Antes de salir dejé mi tarjeta en la boletería para que
se la dieran a Julián, escribí rápido en el reverso: “Amigo, esta experiencia
merece un café. Cuando estés de vuelta por Buenos Aires te invito yo y sin
discusiones. Abrazo”.
En el horario el tren debe llegar en minutos. Me parece escuchar a
lo lejos el ruido de la locomotora con su silbato de vapor.
Increíble este pueblo. -Hermosa e inexplicable experiencia. Prometo
que volveré para conocer la Universidad del Viento.
-Mi vida sucede de duda en duda, a partir de ahora se agrega una
nueva: ¿Venir a vivir a este pueblo o seguir envejeciendo como cualquier
persona?
En el andén esta Hércules, el jefe de estación.
- 95 años verdaderos ni uno más, no me quito la edad como la gente
del pueblo... -Dice
Cuenta que es hijo de franceses. Antes de llegar a Saturno como
jefe de estación trabajó en la Compañía General. “Une
Compagnie Générale de Chemins de Fer dans la Province de Bons Airs.”
-Me acostumbré a nombrarla sólo en francés.
-Dígame Don Hércules, ¿Que quieren decir con esa leyenda en varios
idiomas que hay en el frente de la universidad?
-¿Eso?
-Si.
-Dios los cría y el viento los amontona. Ese es su lema académico.
*De Eduardo Francisco Coiro.
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